Estoy estos días recopilando textos de todo tipo sobre la obsolescencia para las conferencias y talleres que comenzaremos en tres o cuatro semanas en la UCM y la UCLM, y hete aquí que esta mañana hemos descubierto un delicioso artículo en inglés sobre los ordenadores que usan las naves espaciales: Computers in space.
El tema tiene mucha miga, porque las condiciones de una nave espacial albergan muchos peligros para un ordenador que consideraríamos normal:la falta de gravedad dificulta enfriar los componentes por convección, pero si el ordenador no está dentro de la cabina la ausencia de aire obliga a enfriarlo por radiación, un método muy ineficiente. En el vacío tampoco funcionan los discos duros, que necesitan un colchón de aire entre las agujas y los discos para funcionar. Sin embargo, los rayos cósmicos suponen el mayor quebradero de cabeza; lejos de la protección del cinturón de Val Allen que disfrutamos los terrícolas, una nave espacial está expuesta al equivalente cósmico de un tiroteo en la calle mayor de Tombstone, con disparos en todas direcciones que pueden afectar a un chip en cualquier momento, sin saber cómo ha pasado y dónde está el problema.
Por eso, los sistemas informáticos usados en la investigación espacial tratan de ser lo más sencillos y robustos posible. El almacenamiento se realiza con memorias de ferrita y con cintas magnéticas. Los procesadores que usa la Estación Espacial Internacional son versiones del 386, que apareció a mediados de los ochenta. Los robots que tenemos dando vueltas por Marte usan procesadores RAD6000, resistentes a la radiación cósmica pero menos potentes que el de mi móvil. En fin, con los cacharros que envía la humanidad a miles de kilómetros no podríamos ni jugar al Civilization II, pero es lógico: la inversión en tecnología se centra en las antenas y sensores, y es mejor realizar las tareas de procesamiento en un sitio donde cambiar una memoria no cueste miles de millones de dólares.