Una importante causa de obsolescencia es la decepción hacia el producto que hemos comprado con tanta ilusión. Tras unos días o meses de uso desganado, descubrimos que en realidad no era lo que necesitábamos y es enterrado sin ceremonias en el cajón.

Los llamados netbooks son, por su propia naturaleza, muy ilusionantes y muy susceptibles de generar frustración. Son pequeños, bonitos y baratos. Por contra, teclado, ratón y pantalla son incómodos para pasar horas delante. Se anuncian como el ordenador que se puede llevar a todos lados y hacer de todo. Pero la batería no dura mucho más que la de un portátil grande y curiosamente casi ninguno lleva 3G integrado, limitando así su movilidad.

Y llevan Linux.

Y, como dicen en OBM, las devoluciones en tienda de netbooks con Linux multiplican por cuatro a las de ordenadores con Windows. La gente compra por precio y devuelve por funcionalidad. Y no se me echen encima: la funcionalidad de Linux es pésima si el usuario no sabe Linux. Igual que todos los sistemas que usamos en la vida. El problema, a mi juicio, es tratar de vender Linux a usuarios de Windows. Tanto el tendero digital como el dependiente del carrefour prefieren calmar las ansias consumistas de sus clientes perdiendo tiempo en explicar que un netbook no es exactamente un ordenador, antes que enfrentarse luego a una marea de reclamaciones.

Porque una devolución la hace quien se ha dado cuenta enseguida de los fallos de un producto. Si el producto funciona «bien, pero…»  probablemente acabará en el armario. Y tengo la impresión de que muchos miniportátiles -especialmente los comprados para personas mayores o como tercer ordenador- no pasarán encendidos mucho tiempo.