El hacking contra la obsolescencia


Ya hace algún tiempo que Cristina nos hizo saber de un artículo en Slate donde hablan de la muerte de la obsolescencia a partir del Sonos, un sistema que centraliza y distribuye la música por nuestro hogar. Básicamente, se compran tantos reproductores (llamados zoneplayers) como estancias se desea ambientar musicalmente, y ellos mismos crean una red wifi para compartir la música que tengamos almacenada en algún sitio (ordenador, disco duro externo, internet, mil etcéteras). Gracias a una especie de consola portátil se puede controlar la reproducción en cada zona.


Lo de la izquierda es el controlador, esa especie de Apple Cubes son los zoneplayers

Se trata de un producto caro: cada zoneplayer cuesta como poco 350 dólares y no incluyen altavoces. Es de suponer que la calidad de sonido y de uso sea correspondiente. Sin embargo, como bien indica el autor del artículo Farhad Manjoo, lo interesante del sistema Sonos es su escalabilidad. Más exactamente, el correcto aprovechamiento que la empresa hace de ella. Desde que salió el primer ZonePlayer hace tres años, sus usuarios han podido recibir actualizaciones de software que les iban proporcionando cada vez más funcionalidades a su sistema. Servicios de música por internet, librerías de programas como iTunes, WinAmp, MusicMatch, emisoras de radio, compatibilidad con nuevos formatos… cada cosa que podría hacer un sistema Sonos acaba por ser implementada. Por tanto, estos aparatos burlan a la obsolescencia funcional a lo largo del tiempo.

Sin embargo, estamos hablando de un producto de gama alta cuyos usuarios normalmente exigirán el soporte de la marca tanto en software como en hardware. Si bajamos un par de peldaños, está el Chumby, una especie de despertador avanzado con conexión a internet, pantalla táctil y diseño cuidado. Los Chumbys son blanditos, porque su hábitat es la mesilla de noche y son tan propensos a llevarse ostias como a pasar la noche abrazados a sus usuarios. Pero lo más importante del Chumby es que es mucho más escalable que el Sonos: su API está abierta, y admite programas en flash, por lo que muchísima gente ha portado sin demasiadas dificultades aplicaciones, jueguecillos y chorradas varias que ya se encuentran en la red. Un Chumby, hoy en día, sirve para prácticamente todo aquello para lo que dé de sí su hardware y su dueño quiera. Un artilugio totalmente personalizado que tanto nos sirve para levantarnos con las cotizaciones de la bolsa, como para acostarnos con una canción de Mecano.

Como dicen en ese estupendo blog que es La Cofa, el Chumby es sólo la punta de lanza de una serie de aparatos que ven incrementada su utilidad gracias al hacking. La Microsoft Xbox y su travestismo como centro multimedia, los imaginativos hacks de la aspiradora-robot Roomba, la liberación del iPod para todo un universo de aplicaciones abiertas y gratuitas, todos ellos ejemplos de cómo hoy en día las mismas empresas que nos venden aparatos, los capan:

  • Para poder ejercer un control sobre aquellas aplicaciones de las que no se saque dinero, como hace Apple en su tienda de aplicaciones online para el iPhone
  • Para poder ampliar la gama de productos a la venta, incluyendo sólo en productos más caros aplicaciones que también podrían tener los más baratos
  • Para crear obsolescencia, por supuesto, reteniendo las aplicaciones hasta que hay otras nuevas y más cool para los productos caros… y así es como los móviles baratos tienen hoy todos reproductos de Mp3

La lista de productos en el post de La Cofa es bastante completa y vale la pena analizar algunos patrones: las empresas que diseñan artículos fácilmente hackeables suelen ser jóvenes o primerizas en el sector, como Microsoft cuando entró en el planeta consolas con la Xbox, la muy hackeable fonera con su modelo de red wifi mundial, o la Roomba, el primer robot que mucha gente mete en su casa (un robot de cocina no es un robot). Esa tendencia tiene sentido: una empresa con un producto innovador desea, por una parte, ofrecer la mayor transparencia ante un público que no sabe en qué consiste el producto; por otra, las funcionalidades de ese aparato que espera cada usuario serán diferentes. Las conclusiones que saca Juan José Andrés van por ese camino:

  1. Cuantas veces hemos pensado, “me gusta pero si además hiciese tal cosa…” y es que como comentamos el modelo perfecto no existe.
  2. Actualmente nos preocupamos de los usuarios, por la facilidad de uso, creamos las llamadas “metodologías centradas en el usuario”, y ¿por qué no dejarlos que lo adapten como le gusta y aprender de ello y hacerlos más “user friendly”?
  3. Los usuarios quieren personalizar sus dispositivos, surgen movimientos como tunning, modding, …, ¿porque no permitírselo y permitir la creación de comunidades de usuarios que mejoren nuestros productos?
  4. Algunos fabricantes de estos dispositivos cambian su modelo de negocio cuando empiezan a aparecer herramientas de desarrollo “no oficiales” y se dan cuenta de los beneficios de proporcionar un SDK oficial, como es el caso de iRobot.
  5. En el caso de Chumby, según sus creadores su modelo de negocio fue desde el principio pensado para ser hackeado: “The whole business model (for the Chumby) was developed around a device that’s literally made to be hacked”.

Seamos sinceros: yo no me compraría un sistema Sonos -lo de un sólo mando para dominarlos a todos me desconcierta- pero llevo meses con ganas de un Chumby. Es blandito, es bello, es barato y hace todo lo que hace mi ordenador. Y creo que mi ordenador se pasa demasiado tiempo en la cama. Demasiado polvo, demasiada altura hasta el suelo, demasiados cables que se me enredan en las piernas mientras duermo. De la misma manera que también me gustaría tener un artefacto que hiciera lo que hace el Apple Tv, y ni de coña me compraría un Apple Tv, capado cual eunuco de la corte de un sultán otomano.

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3 respuestas a “El hacking contra la obsolescencia”

  1. Yo probé un equipo Sonos (la primera y la única) en casa de un conocido y bueno… el mando va super rapido, menús estilo ipod, etc etc, pero no me quise imaginar lo que costaba eso… es de esas cosas que por su «singularidad» y calidad sabes que es caro sin ni si quiera haberlo visto a la venta.
    No todo el mundo se puede dejar 6.000 euros para poner música por casa.

  2. Oye, entonces si estás en tu habitación y el mando lo tiene alguien en el salón ¿puede ponerte la música que quiera? ¿Tienes que ir físicamente a buscar el mando para escuchar lo que te apetece?