Totum revolutum


The workshop is the craftman’s home. Sennett, 2008

 

Una costillada en adobo asada en una caldera hackeada y reconvertida en horno; un perro con síntomas de depresión; salsa romescu casera; cuatro niñxs saltarines aficionados a los video-juegos y a la gelatina de colores; litros de Ruso Blanco (bien cargadito) elaborado con Bayleis casero; cola-cao con Ruso Blanco; cualquier combinación de Ruso Blanco; el cumple de Paquito, anfitrión y cocinero supremo; el hastaluego de Lacasinegra; el Rey del guarripop y el cutrelux; el eje Pastrana-La Elipa; el arte de Alfredo con objetos “al borde de la muerte”; el pompero de Cogollo, nuevo ídolo infantil; el Dead Drop de Av. Daroca 49 (¿en qué momento lo instalasteis?…¡etnógrafa de pacotilla!); el vermout, las castañas asadas y las gelatinas de colores; una bicicleta verde en busca de alguien que la suelde; una máquina-generador de soldar, 4 máscaras de protección y un puñado de postulantes a compañeros del metal; una calavera gigante; un montón de maderas (sí, las famosas maderas) reconvertido en tobogán infantil y caldo de tétanos a gogó; amigos y amigas de Basurama y Obsoletos; el carrito de las bebidas; radio Olé…….y hasta ahí puedo leer.

Todo esto ocurría el viernes, desde las 12h en adelante, hora oficial.

Como un taller de artesanos medievales, así es en ocasiones la Nave. Un espacio donde el tiempo de trabajo y de ocio se mezclan y donde la rigidez que suele separarlos se diluye en un todo informe hecho con “vida”. El momento creativo y el productivo, el relacional y el festivo, cualquiera de ellos o todos a la vez, surgen de la “ocasión” y ésta no entiende de horarios ni calendarios.

Tal cual. Ya en la Edad Media los artesanos dormían, comían y criaban a sus churumbeles en los mismos lugares donde trabajaban. Su taller, a la vez que hogar para las familias, era pequeño en escala y cada uno contenía, como mucho, a una docena de personas. En ese contexto, el experto aparecía retratado como un maestro artesano de carácter sociable y abierto al exterior. Los rituales civiles y religiosos que se organizaban desde los gremios forjaban un vínculo social con el resto de la comunidad del que participaba el maestro. Y es sólo ahora, a partir de la industrialización, cuando ya casi no disponemos de rituales potentes que unan, de algún modo, a la persona experta con la comunidad más amplia o con sus colegas. No es casual entonces, que, según Sennett, la palabra usada en la literatura clásica griega para referirse al artesano sea la de ‘demiurgo’, un compuesto formado por los vocablos ‘demios’ (público) y ‘ergon’ (productivo). Lo contrario, un taller o “un experto aislado, es una advertencia de que la organización se encuentra en peligro” (Sennett, 2008:246).

Total, que esto me hace pensar sobre dos cosas:

1) Quiénes son considerados expertos o expertas hoy en día y qué es lo que les distingue del resto de los mortales, qué tipo de conocimiento o experiencia especial es esa del experto/a. También, cómo alguien deviene en experto/a. Y… ¿cómo responder a estas preguntas en el campo tan particular de «la basura electrónica»?

2) También me planteo cuáles son y por dónde vienen nuestros peligros (de aislamiento…), pero también nuestros respiraderos y salidas de ventilación, los agujeros por los que se intercambia y renueva el aire. Cuáles son los rituales y momentos de los que disponemos (y de los que dispone Obsoletos) para conectarnos con colegas, con la comunidad más amplia y con el público… para dar a conocer nuestra «obra artesanal», para enseñar a otras y aprender de otras, para mezclarnos y contagiarnos con ellas y, en definitiva, para mantener un proyecto artesanal fresco como una lechuga, vivito y coleando.

 


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